Vista general de la playa
Santuario de San Pedro del Bosque
Museo del Mar
Valla y puerta principal del cementerio
Las Sirenas del Jardín Botánico de Santa Clotilde
Paseo marítimo
Playa de Lloret
Estatua de "La mujer marinera"
Iglesia de San Román (siglo XVI)
La iglesia fue construida en el estilo gótico catalán, dotada de elementos de fortificación.
Santuario de la Madre de Dios de les Alegries
Es una antigua iglesia parroquial, consagrada en 1079 por el obispo de Girona Guillem Guifred de Cerdanya, y trasladada en 1522 a la nueva iglesia de San Román de Lloret de Mar.
Castillo de San Juan
Réplica moderna de la torre del homenaje del Castillo de San Juan
Situado en la cima de la colina que separa las playas de Lloret de Mar y Fenals. En 1079 se consagró su capilla, pero de la fortificación originaria quedan sólo los cimientos de la torre del homenaje, la muralla este, unos vestigios en el lado sur y varios silos excavados en la roca, actualmente tapadas.
Yacimiento de Puig de Castellet
El yacimiento de Puig de Castellet, que data del siglo III a. C., está situado a 2 km del núcleo de Lloret de Mar, en una zona estratégica por su dominio visual, que abarca desde la desembocadura del Tordera hasta la costa de Lloret. Es un pequeño recinto de 650 m2 compuesto por unas seis viviendas.
Escudo de Lloret de Mar
Escudo de argent ONU árbol arrancado de sinople.Al timbre corona mural de villa-
Los brazos muestran un árbol de laurel de inclinación (llorer).
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Hay vestigios de las épocas ibérica y romana en varios yacimientos arqueológicos. En la Edad Media, aparece documentado por primera vez en 966 con la forma Lauredo, una versión de la palabra latina "lauretum" (laurel). Lloret padeció frecuentes incursiones de los sarracenos durante la Edad Media. Se dice que la tradición del baile de "Ses Almorratxes" se originó en aquella época.
El núcleo actual de la población se formó en el siglo xv alrededor de la playa (anteriormente, se hallaba a 1 km tierra a dentro, para evitar o si fuera necesario para prepararse a los ataques de los piratas, y junto a la ermita de Les Alegries, que fue la iglesia principal de la villa antes de que se edificase la actual iglesia de San Román). A partir del siglo XVIII el puerto de Lloret fue tomando cada vez mayor importancia gracias al comercio, del que son recuerdo las casas edificadas por los indianos.
Los primeros pobladores de Lloret de Mar fueron los indigetes, una de las tribus de los íberos que habitaban la Cataluña actual. Los yacimientos de Montbarbat, Puig de Castellet y el del Turó Rodó son vestigios de su asentamiento: habitaron en la zona entre el siglo IV aC. al I dC. El poblado ibérico de Puig de Castellet solo estuvo activo durante un periodo algo menor a los 50 años (entre el 250 al 200 aC). Se trataba de un recinto amurallado de forma pentagonal con una panorámica de la línea de costa, desde la desembocadura del río Tordera hasta el extremo oriental de la playa de Lloret, siendo un punto de vigilancia para controlar la costa. En las diversas excavaciones realizadas se han encontrado restos de cerámica ibera emporitana, ánforas ibéricas y púnicas, materiales de bronce y herramientas agrícolas de hierro.
El poblado ibérico de Montbarbat es el mayor de los tres con 5500 m² de extensión; el del Turó Rodó era el que se encontraba más cercano al mar. El material arqueológico hallado, sitúa cronológicamente estos recintos con el dominio cartaginés en la Península, su expansión hacia el norte y la Segunda Guerra Púnica que derrotó a los indigetes en el 195 a. C. Los asentamientos no fueron destruidos por los romanos sino abandonados por los propios indigetes.
Según algunos estudiosos, es probable que en el siglo I a. C. llegasen los primeros romanos a la costa de Lloret, asentándose en la playa de Fenals. Las excavaciones realizadas muestran unas estructuras de grandes dimensiones que se utilizaban a modo de naves industriales donde se comercializaba la cerámica que producían con sus hornos. Las excavaciones arqueológicas realizadas alrededor de la actual ermita de Sant Quirico, también permiten asegurar la existencia de una basílica paleocristiana y de una necrópolis que dataría del siglo iv d. C.
La primera mención documental de Lloret de Mar data del año 966. El texto, que se encuentra en la Biblioteca de Cataluña, volumen 572 del fondo de manuscritos, recoge la donación del alodio de la villa de Tosa de Mar efectuada por importantes magnates de la Cataluña del siglo x, actuando como albaceas de Miró de Barcelona conde de Barcelona y Gerona, al Monasterio de Santa María de Ripoll. En el documento se señalan sus límites, a sur "in madre magnum", poniente "in ter de Loredo, siue in riuo de Canelles" y al norte "in IPSA Palomarias de Uillanova siue in Caldes".
Sin embargo, no fue hasta el año 1001, cuando se formó el alodio de Lloret, a raíz de que el conde Ramón Borrell de Barcelona lo segregó del término de Maçanet de la Selva para cederlo al vizconde gerundense Sunifredo II de Cerdaña. El alodio o dominio señorial de Lloret se mantuvo en manos de los vizcondes de Gerona, hasta el año 1041, nueve años después de que, tras el conflicto entre las dos hijas de Amat de Montsoriu y nietas de Sunifredo en el 1032, Ermessenda y Sicardia, se acordó que la segunda renunciaría a los derechos heredados de sus padres a favor de la primera, esposa de Guerau de Cabrera, a cambio del término de Lloret.
La señora de Lloret, Sicardis, promovió y facilitó la construcción de la capilla de San Román (la actual ermita de las Alegrías) en un territorio propio que no llegaba al mar. Más tarde, en 1079, logró que se consagrara como iglesia y días más tarde, también se consagró la iglesia de San Juan del Castillo de Lloret. En el 1165 la Catedral de Gerona se convierte en el único dueño del castillo de Lloret, pero este hecho no se reconoce hasta el 1217. El Capítulo de Gerona llevaba la administración de todo su patrimonio a través de doce pavordías y para distinguirlas, cada una de ellas recibía el nombre de un mes del año. Y cada pavordía estaba regida por un prepósito, pavorde, babor o administrador, que podía residir o no en la localidad administrada. La pavordía que se ocupaba de los bienes de Lloret era la del mes de noviembre.
En ese momento, Lloret era una dispersión de casas de campo que, mayoritariamente, estaban situadas en la zona del interior y no extraña que la primera parroquia de San Juan estuviera tan alejada del actual núcleo urbano de Lloret. Según el historiador Elvis Mallorquí, las primeras referencias que se tienen del establecimiento de los lloretenses en la orilla del mar son de 1262, fecha a partir de la cual se produce un rápido crecimiento de fogajes y personas hasta alcanzar los 36 fuegos u hogares -unas 160 personas - en 1346, poco antes del estallido de la peste negra y de la incursión de los genoveses, que en el año 1353 saquearon e incendiaron el poblado marítimo de Lloret. Como muchas poblaciones costeras del Mediterráneo, Lloret padeció frecuentes incursiones de los sarracenos durante la Edad Media. Se dice que la tradición del baile de "Ses Almorratxes" se originó en aquella época.
Los lloretenses que vivían cerca del mar se dedicaban a comercializar los productos del interior (leña, madera, carbón...) y, practicaban la pesca y la navegación de cabotaje que, paulatinamente, fue cogiendo más importancia. A mitad del siglo XIV se produjeron dos hechos que estremecieron la población lloretense. En primer lugar, la peste negra (extendida por toda Europa) que provocó estragos entre la población. Y segundo, como consecuencia de la guerra que enfrentó Pedro III de Aragón con los genoveses, se produjo una incursión de estos en el término provocando la destrucción y el incendio de las casas que estaban cerca de la playa y destrozando el castillo (reconstruido una años más tarde). El censo del año 1359 en Lloret, quedó en solo 67 fuegos u hogares (unos 320 habitantes). Los italianos crearon incluso el barrio de Venecia y se dice que adornaban sus barcas de pescadores como góndolas venecianas haciendo procesiones por mar. Asimismo se comenzó a creer en santos y vírgenes de tradición italiana como la Virgen de Loreto, Santa Rosalía, San Sebastián y Santa Cristina, que se convirtió en la patrona de Lloret.
En el 1446 los lloretenses empiezan a pedir la incorporación de su territorio a la Corona. La reina María de Castilla (reina de Aragón) les otorgó protección para que pudieran iniciar el pleito pero, sin embargo, se produjo una fuerte tensión entre la pavordia y los llorentenses. La reina María, incluso, mandó que se aclarara la muerte del lloretense Gaspar Guinard porque, al parecer, había sido maltratado por el prepósito.
El núcleo actual de la población se formó en el siglo xv alrededor de la playa (anteriormente, se hallaba a 1 km tierra a dentro, para evitar o si fuera necesario para prepararse a los ataques de los piratas, y junto a la ermita de Les Alegries).
El siglo XVII se caracteriza por los daños y las penurias que azotaron Lloret: guerras, pestes, temporales, hambre... Los lloretenses decidieron trasladar la imagen de Santa Cristina de su ermita a la iglesia parroquial, para poder dirigir mejor sus oraciones y con la confianza de que conseguirían una mayor influencia.
El siglo XVIII destaca por conflictos de la población. Con la guerra de Sucesión Española, a comienzos del siglo, Lloret tuvo que contribuir con hombres, arrieros, alojamiento, leña, dinero y los lloretenses empezaban a sentirse molestos porque las tropas que alojaban cometían gran cantidad de abusos e injusticias. Para intentar frenar los abusos de los soldados, en el 1711 el Consejo de Castilla determinó que se haría un regalo al conde de Harcourt (que se encontraba en Hostalric) de unas cuarterolas de vino y un capazo de pescado. Pero la comitiva que llevara el presente, debía informar de los desórdenes que cometían sus soldados entre los términos de Lloret de Mar y Blanes.
En aquella época, ya había muchos navegantes lloretenses que iban a América de una forma más o menos declarada. Pero, en 1778, el rey Carlos III promulgó el Decreto del Libre Comercio con las colonias americanas. Este hecho, supuso un gran impulso para la actividad marinera de Lloret porque, a partir de entonces, los barcos lloretenses ya podían navegar libremente hacia América. Según el censo de Floridablanca, en 1787 ya habían 590 matriculados (nombre que se refería a la gente relacionada con el mundo del mar), cifra sorprendente si se considera que en aquellos momentos, la población lloretense era de 2.573 personas.
En 1788 los pescadores lloretenses se negaron a pagar el diezmo del pescado o ribera al Capítulo de la Catedral. El Ayuntamiento, la vecindad y los cerdans (gente de la Cerdanya que pasaban el invierno trabajando en la costa) se pusieron al lado de los pescadores y se produjo un fuerte enfrentamiento entre las autoridades que representaban a los canónigos y el pueblo que defendía la actitud de los pescadores. Se concentró mucha gente que gritaban "No paguéis, no paguéis... que el Ayuntamiento no lo quiere". En medio de la confusión y el griterío empezaron a tirar piedras y naranjas para herir a las autoridades y les insultaron llamándoles ladrones y traidores. Fueron procesados y condenados varios vecinos y, como siete de los ocho procesados se llamaban José, este motín fue conocido históricamente con el nombre de la «Revuelta de los Josés». La revuelta reivindicaba al rey y al Supremo Consejo de Hacienda, que la jurisdicción civil y criminal de Lloret se incorporasen a la Corona. El pueblo ganó el pleito (duró diecisiete años) y a partir de ese momento, los alcaldes dejaron de ser nombrados por canónigos para pasar a ser nombrados por el propio rey.
Los Americanos
A partir del siglo XVIII el puerto de Lloret fue tomando cada vez mayor importancia gracias al comercio, del que son recuerdo las casas edificadas por los indianos o americanos. Muchos lloretenses participaban en el negocio que suponía cada viaje a América y ponían dinero para la construcción del buque o para la adquisición de la mercancía. Un capitán de barco no era, pues, un mero transportista, sino un especulador que intentaba sacar el mayor beneficio que podía de la carga que llevaba. Algunos de los capitanes de aquellos veleros decimonónicos han pasado a formar parte de la historia local. Entre los más famosos se encuentran Agustí Conejo, Agustí Domenech, Pau Domènech, Josep Esquí, Josep Macià, Joan Bautista Mataró, Silvestre Parés, Agustí Vilà, y Antoni Vilà. El comercio transoceánico del siglo XIX dinamizó la vida de los pueblos costeros y, al mismo tiempo, abrió los ojos de la gente ante las posibilidades de enriquecerse que ofrecían las tierras americanas. Fueron muchos los emigrantes que, aprovechando la facilidad de ida a América por medio de los barcos de la época, se instalaron en el Nuevo Continente con la intención de hacer fortuna a base de trabajo constante.
Los que iban a ultramar lo hacían de pequeños (a los trece o catorce años de edad) y, a menudo, llevaban una recomendación para un amigo o un familiar y que los acogía o les facilitaba la primera ocupación. Más tarde, cuando podían, se plantaban por su cuenta y algunos se convirtieron en grandes financieros, banqueros o propietarios. La mejor época de la presencia lloretense en América, especialmente en Cuba, fue entre 1840 y 1880. Después, hasta 1900, empezó el declive de la marina mercante. Entre los lloretenses que destacaron en América en diversos campos y en diferentes lugares están Narciso Gelats Durall (banquero), Narciso Macià Domènech (empresario), Pedro Narciso Domènech Parés (canónigo), Josep Surís Domènech, Pere Codina Mont (actor) y Constantino Ribalaigua que creó el cóctel daiquiri. Si allá hacían fortuna, tarde o temprano, volvían a la villa nativa. Eran los americanos o indianos que habían emigrado a América, habían hecho fortuna y habían vuelto al lugar con una importante cantidad de dinero que les permitía vivir de renta. Les recibía la orquesta de la población al llegar, repartían habanos y más tarde se casaban con una muchacha joven cuya familia lo consentía para salir así de la miseria. Derribaban la vieja casa solariega y se hacían construir una mansión señorial, neoclásica, ecléctica o ya modernista. También construían un suntuoso mausoleo en el cementerio nuevo modernista y, si la fortuna era sólida, contribuían en obras filantrópicas.
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