martes, 14 de marzo de 2023

Manresa (Barcelona) Cataluña

 

Manresa  es  capital  de  la  comarca del  Bages,  en  la provincia de Barcelona (Cataluña). Se encuentra situada en el pla de Bages, cerca del ángulo donde confluyen los ríos Llobregat y Cardener. Con una población de 78 245 habitantes (INE 2020), es la ciudad más poblada del Bages y de Cataluña Central.

La Cova


Basílica de Sta Maria de Manresa (La Seu)

La Basílica Colegiata de Santa María de Manresa, conocida popularmente como "La Seu", es el principal monumento de nuestra ciudad.
La iglesia gótica que hoy podemos contemplar fue diseñada por el maestro de obras Berenguer de Montagut, que también proyectó obras tan importantes como la basílica de Santa María del Mar de Barcelona. La concepción arquitectónica de La Seu sigue los principios más fundamentales del gótico catalán. En ella predomina la austeridad en la decoración y la preferencia por los volúmenes horizontales, además de vertebrarse alrededor de una nave principal de gran amplitud. Las obras del templo empezaron en 1328 y se alargaron hasta finales del siglo XV. La fachada principal y la torre del baptisterio son de estilo modernista y de inspiración neogótica, diseñados por el arquitecto Alexandre Soler i March, asesorado por el célebre Antoni Gaudí. 
La visita a La Seu también resulta de gran interés por las importantes piezas artísticas obras de arte que conserva en su interior. Del imponente conjunto de retablos góticos que se encuentran expuestos en las capillas laterales de la nave, sobresale el Retablo del Espiritu Santo (1394), obra del taller de los hermanos Serra de Barcelona y uno de los mejores ejemplos del estilo gótico italianizante en Cataluña. 

Casa Torrents
San Ignacio de Loyola es la personalidad que ha dado más proyección internacional a la ciudad de Manresa. Fue aquí donde descubrió su vocación religiosa y se inspiró para escribir los Ejercicios Espirituales durante su estancia de un año, en 1522.
La ruta ignaciana recorre una serie de lugares marcados por anécdotas, leyendas y simbolismo en recuerdo al fundador de la Compañía de Jesús: la Antigua Escuela de San Ignacio, la Capilla del Rapto, el Pozo de la Gallina o la impresionante Cueva de San Ignacio, construida entre los siglos XVII y XVIII.
Durante la Guerra de la Independencia Española, el somatén de Manresa venció a las tropas francesas en el coll del Bruc (junio de 1808), pese a que los franceses, ya en retirada, quemaron y derribaron gran parte de la ciudad. Después de la expulsión de las tropas napoleónicas, los manresanos reconstruyeron la ciudad mediante los escombros.
Dentro del término de Manresa existe indicios de población neolítica de cuatro mil años atrás. Unas cuantas fosas sepulcrales, objetos de cerámica e industrias líticas en la zona del bosque de las Marcetes, en el barrio rural de Viladordis, dan testimonio de su paso.

También se asentó un poblado íbero en el cerro del Puig Cardener. Recientemente se han recuperado diversos materiales, especialmente cerámicas, que permiten identificar la existencia de un poblado ibérico hacia el siglo VI a. C. que se mantendría hasta finales del siglo I a. C. Era, posiblemente, la capital de los lacetanos que habitaban las comarcas de Bages, Solsonés, Anoia y Segarra.
Claudio Ptolomeo, geógrafo griego del siglo I, ya cita a una ciudad llamada Bacasis, y la sitúa a orillas del río, cerca de un cerro suave y rocoso. Podría ser, perfectamente Manresa y, de hecho, de esta palabra derivaría el nombre de la cormarca: Bages.
El Cónsul Catón tuvo que conquistar esta zona hacia finales del siglo I para evitar las luchas con los poblados costeros romanos. Se cree que los romanos bautizaron el primitivo núcleo urbano con el nombre de Minorisa (o Manorasa), con motivo de las varias veces que había sido destruida la ciudad durante guerras y batallas. Esta teoría, sin embargo, es cuestionada por otros historiadores, al no existir documentos de época romana que mencionen su existencia.


La presencia de los árabes fue prácticamente testimonial. En 785 la abandonaron y quedó en tierra de nadie. Unos años más tarde, en 796, los cristianos la ocuparon y Manresa entró a formar parte de la Marca Hispánica. Pero de nuevo fue destruida en 827, durante la revuelta de Aissó, un noble godo que, ayudado por Guillemó hijo del conde Bera de Barcelona, empezó una guerra contra los francos con el apoyo de los árabes (incluso con la del emir Abderramán II). La resistencia del conde franco de Barcelona, Bernardo de Septimania, la hizo fracasar. La importancia de este episodio es muy relevante, ya que fue el único intento de oposición del pueblo indígena godo contra el nuevo dominio franco. En 841 o 842, los árabes volvieron a destruir Manresa.
La reconquista definitiva de Manresa se produjo a finales del siglo IX a manos de Wifredo el Velloso, que restauró el obispado de Vich. El nuevo obispo, Gotmar, pidió ayuda a su correligionario Ermemir para remitir una petición al nuevo rey de Francia Odón I (Eudes), en la que solicitaba lugar para sus iglesias y un conjunto de derechos fiscales que hasta el momento recogía el conde del valle de Arlés y de los pagus de Manresa. El rey se lo concedió y reconoció por medio de un documento (precepto o privilegio) que firmó el 24 de junio de 889 en la ciudad de Orleans, es conocido como el «privilegio de Odón» donde, por vez primera, aparece el nombre de Manresa.
Posteriormente, y a mediados del siglo X, se encuentra la primera referencia a Manresa como condado, que responde a una finalidad militar y de repoblación; las tierras centrales se habían despoblado casi por completo a causa de los enfrentamientos con los musulmanes de Lérida.
Después de la enésima destrucción sarracena acaecida hacia el año 1000, el obispo de Vich, el abad Oliva, acompañado por Ermesenda de Carcasona, el consejero Miró de Súria y otros nobles, clérigos, jueces y notarios, se reunieron y llamaron a seis testimonios, con fama de honrados y de posición para rehacer los archivos y escrituras. Estos hombres viejos fueron los presbíteros Gaufredo y Bonfill, Perna, Gidela, Honofredo y Ennec. Estos nombres, extraños, son los primeros manresanos que se conocen por su nombre propio. El juez condal Ponç Bonfill y el levita Guifré, juez episcopal, les tomaron declaración y extendieron el acta correspondiente, que fue firmada por el conde, la condesa y el obispo, por los nobles Gombáu de Besora, Bernat Guifré de Balsareny y Miró Súria, y por los clérigos Guillem, Guitard, Ermemir, Sunifredo y Viniá (también los primeros canónigos manresanos cuyo nombre se conoce).
La fisonomía de la pequeña ciudad del Puigcardener cambió radicalmente, se hizo una primera ampliación de las murallas, alargándolas y ensanchándolas, de manera que protegiesen, también, el Puigmercadal, llegando a rozar la pequeña iglesia de San Miguel, en la actual calle del mismo nombre.
Manresa tenía una gran importancia militar como sede de un condado sin conde, un territorio muy extenso que llegaba hasta las cercanías de Lérida, vigilado por la altas torres denominadas, precisamente, «torres manresanas». En el siglo XII se produjo un nuevo ataque sarraceno, pero la ciudad, mejor organizada, pudo rehacerse rápidamente.
A partir de ese momento, Manresa empezó a crecer, organizarse, enriquecerse, dirigiéndose hacia lo que sería su «gran siglo». El gran nivel de organización gremial se pone de manifiesto en las cofradías que ya aparecen en el siglo XVIII y que serán las verdaderas mecenas de las obras del siglo siguiente.
Este incremento de la actividad es gratificado con el aumento de los privilegios otorgados por los reyes a la ciudad. Destacan las dos ferias que le conceden: la de la Ascensión en 1283, por Pedro III, el Grande) y la de San Andrés en 1311, por Jaime II), unas ferias que todavía perduran en la actualidad.
En estas circunstancias, la ciudad experimenta un gran crecimiento demográfico; genera riqueza y trabajo, atrayendo excedentes de otras poblaciones, los segundones de las grandes masías acuden a ejercer actividades industriales y comerciales, e incluso la pequeña nobleza rural se siente atraída por la comodidad de la vida ciudadana y construye sus casas en Manresa. En estos momentos empieza la vida de dos barrios que adquirirán gran importancia: el de la Plana de San Miguel, con una población dedicada al comercio, y el barrio de las Codinas o Escodines, de población campesina.
Había también, en esa época, una importante comunidad judía, ubicada en la actual Bajada de los Judíos, en la que tenían una escuela y una sinagoga, se dedicaban, principalmente, al préstamo y profesiones liberales. Vestían de una manera peculiar que permitía identificarlos con facilidad. Su presencia nunca fue problemática ni se ha encontrado prueba alguna que delatara persecuciones o disturbios. Desaparecen, como comunidad, a finales del siglo XIV.
Durante la primera mitad del siglo XIV, Manresa entra en una época dorada que, con frecuencia, se denomina como el gran siglo manresano: el siglo gótico. Período de esplendor en los ámbitos demográficos, económicos y urbanísticos, con obras religiosas y civiles de gran envergadura: La Seu, iglesia del Carmen, de San Pedro mártir, de San Miguel, de San Andrés, de Santa Lucía, el convento de San Pablo, el monasterio de Santa Clara, el de Valldaura, Pont Nou y la obra principal de la ingeniería hidráulica del siglo XIV, la Sèquia de Manresa. Algunos historiadores han cifrado la población de Manresa, en esta época, en unos 3000 habitantes.
El rey Jaime I, en una visita a la ciudad, realizada en 1231, confirma el título de la ciudad que, desde el siglo XI había ido cayendo en desuso. Concede, asimismo, diversos privilegios referentes al régimen municipal que iría evolucionando hasta el Consejo de Ciento que acabaría en el siglo XIV. La visita de Jaime I no fue la última visita real, también fue visitada por Alfonso IV, Juan I y, sobre todo, por Pedro IV que tenía una especial predilección por Manresa ya que había estado hospedado en septiembre de 1344, julio de 1375 y, anteriormente, en 1351, cuando se encontró con su cuñado Carlos el Doliente, rey de Navarra alojándose, ambos, en la hostería del convento de los Predicadores.
El aumento demográfico se estancó a causa de la peste de 1348, año en que la población disminuyó hasta el punto que se consideró una crisis demográfica. La prosperidad de Manresa empezó a decaer, viviéndose un clima de perpetua inseguridad que favoreció la aparición de los bandoleros.
Siguiendo la tendencia general de Cataluña que entró en una etapa de decadencia respecto a otras tierras peninsulares, los siglos posteriores fueron de un crecimiento lento. Epidemias, problemas dinásticos y, sobre todo, la Guerra civil que enfrentó a la Generalitat con el rey Juan II durante el decenio de 1462 – 1472.

El esplendor de la ciudad, como tal, se recuperaría durante el siglo XX. Después de unos inicios de centuria marcados por la Guerra de la Independencia Española, en la que Manresa tuvo un destacado papel (quema del papel sellado y la batalla del Bruch, 1808), la ciudad consiguió consolidarse como uno de los centros industriales textiles más importantes de Cataluña.
En 1864 el industrial residente en la población de Manresa Juan Oliveras Gabarró, patentó un carruaje que denominó Velocífero y que, evidentemente funcionaba sin la necesidad de caballerías. Su tracción era mediante pedales accionados por el conductor, es decir, se trataba de un híbrido entre una bicicleta y un carruaje. Lo relevante de este carruaje es el estudio que su inventor hizo sobre la forma de emplear la fuerza humana sobre la rueda, analizando los existentes mediante pedales, cadenas y engranajes. Juan Oliveras optó por emplear la fuerza directamente sobre el eje, permitiendo el empleo simultáneo de pies y manos de una forma lo más natural posible, para aprovechar así la fuerza ejercida al máximo. El vehículo estaba dotado de tres ruedas, una delantera y dos traseras, en un chasis rígido sobre el que estaba montada la caja para los ocupantes, con un sistema de suspensión mediante muelles entre chasis y caja. Su inventor cifraba su velocidad entre los 10 y 12 km/h en llano. Por lo menos se sabe de la construcción de un ejemplar de este velocífero, que circuló entre las localidades de Manresa y Sant Fruitós del Bages el 1 de noviembre de 1866, día de Todos los Santos, cuyo viaje recogió el diario El Manresano en su edición del día 4: "El jueves, día de Todos los Santos, vimos en la carretera de Vich un elegante coche Velocífero, construido por un industrial de nuestra ciudad. Iban en el coche dos personas y, en breve tiempo se trasladaron al vecino pueblo de San Fructuoso del Bages, donde la nueva máquina movida sin el auxilio de caballerías, causó la admiración de aquellos vecinos."
La ciudad se extendió rápidamente por los alrededores de las carreteras de Vich y de Cardona, y por el Paseo de Pedro III. En el año 1892, la Asamblea Catalanista aprobó, en el salón de sesiones del Ayuntamiento las Bases de Manresa, primer documento escrito acerca de los objetivos políticos del catalanismo.
Durante los primeros años del siglo XX hubo una gran movilización política y social en la ciudad. En el primer decenio nacieron diversas fundaciones de signo cultural y social, que todavía se mantienen en activo y con proyección extraciudadana: Orfeón Manresano (1901); Centro de Excursionistas de la Comarca de Bages (1905) y el Esbart Manresano de Danzaires (1901). Durante el breve período de la segunda república (1931-1936), se construyeron importantes obras públicas de ámbito sanitario, educativo y cultural.
El año 1936 fue un año negro para la historia monumental manresana, se derribaron las iglesias del Carmen, Predicadores y de San Miguel.
Después de la Guerra Civil, la ciudad vivió unos años muy difíciles, pero reemprendió el camino del crecimiento económico y entró en una larga fase de expansión urbanística causada, en gran parte, por la afluencia de inmigrantes del sur de España. En 1989, Manresa celebró el milenario de su existencia como ciudad.
Escudo de Manrresa
Escudo losanjado truncado: 1º de oro, cuatro palos de gules; 2º de plata, una cruz de San Jorge. Por timbre una corona mural de ciudad






 

No hay comentarios:

Publicar un comentario